Entre octubre de 2023 i octubre de 2024, el Sínode dels Bisbes es reuneix en la seva XVI Assemblea General Ordinària per a tractar el tema ‘Per una Església sinodal: comunió, participació i missió’, convocada pel papa Francesc.
La sinodalitat, el “caminar junts”, és fonamental per a Francesc perquè creu que el conjunt de l’Església (Papa, bisbes, sacerdots, religiosos i laics) han d’avançar junts i de la mà: “El camí de la sinodalitat és el camí que Déu espera de l’Església del tercer mil·lenni. Estic convençut de que, en una Església sinodal, també l’exercici del primat petrí podrà rebre més llum”. En una metodologia inèdita introduïda per Francesc, la finalitat del Sínode de la Sinodalitat és escoltar a tota l’Església i trobar mètodes que facilitin portar aquest concepte de “sinodalitat” a la pràctica.
El procés sinodal començà l’octubre de 2021, amb un cap de setmana de reflexions al Vaticà que irradià a l’Església universal: d’octubre de 2021 a l’agost de 2022, tingué lloc la fase diocesana, paer al treball de parròquies i diòcesis; d’octubre de 2022 al març de 2023, la fase continental, per al treball de les conferències episcopals.
Del 4 al 29 d’octubre de 2023 està tenint lloc al Vaticà la fase universal amb l’Assemblea General del Papa amb bisbes de tot el món, i la continuaran l’octubre de 2024. Per primera vegada en la història dels Sínodes, les dones podran votar del que es parli a l’encontre vaticà. L’Instrumentum laboris que guia els treballs dels pares sinodals es va publicar el 20 de juny de 2023. El 7 de juliol es va publicar el llistat dels 464 participants en l’Assemblea d’octubre de 2023, dels quals 365 tindran dret a vot (comptant, entre ells, a 54 dones). A més, hi acudiran dos bisbes xinesos, “d’acord amb les autoritats” de Pequín.
Entre els espanyols que tenen previst d’assistir a la trobada sinodal hi haurà el president de la Conferència Episcopal Espanyola (CEE), el cardenal arquebisbe de Barcelona, Juan José Omella. A més, hi acudiran l’arquebisbe emèrit de Saragossa, Vicente Jiménez Mora; l’arquebisbe de Valladolid, Luis Argüello, i el bisbe de Solsona, Francisco Simón Conesa Ferrer, els quals han estat elegits per l’assemblea plenària dels bisbes espanyols.
Així mateix, nomenats pel Papa, hi aniran Enrique Alarcón García, president de la Fraternitat Cristiana de Persones amb Discapacitat; Luis Miguel Castell Gualda, rector de la Basílica del Sagrat Cor de Jesús de València; la teòloga Cristina Inogés Sanz i el vicari per a la Vida Consagrada de l’Arxidiòcesi de Madrid, Elías Royón Lara. Juntament amb ells, actuaran de facilitadors la religiosa Luisa Berzosa González i el professor i sacerdot Eloy Bueno de la Fuente.
El programa del Sínode inclou retirs preparatoris des del dissabte 30 de setembre. La cerimònia d’obertura amb una missa presidida pel Papa dimecres 4 d’octubre. Igualment, està previst un pelegrinatge el 12 d’octubre. El 19 d’octubre hi haurà una pregària pels migrants, amb la previsible participació del Pontífex. La missa final serà el diumenge 29 d’octubre a la Basílica de Sant Pere, la qual posarà fi a un Sínode que durarà tres setmanes i mitja.
- Discurs del Papa en la Vigília Ecumènica de Pregària
- Discurs del Papa en la sessió d’obertura del Sínode sobre la sinodalitat
DISCURS DEL PAPA EN LA VIGÍLIA ECUMÈNICA D’ORACIÓ
El 30 de setembre a les 17h de la tarda. Hi van participar el Patriarca Ecumènic de Constantinoble, Bartomeu I, i l’aarquebisbe de Canterbury i líder de la comunitat anglicana, Justin Welby, entre d’altres líder de diferents denominacions cristianes.
La importancia del silencio: tres reflexiones del Papa Francisco
“Together”. “Juntos”. Como la comunidad cristiana en sus orígenes el día de Pentecostés. Como un único rebaño, amado y reunido por un solo Pastor, Jesús. Como la gran muchedumbre del Apocalipsis estamos aquí, hermanos y hermanas «de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas» (Ap 7,9), provenientes de diferentes comunidades y países, hijas e hijos del mismo Padre, animados por el Espíritu recibido en el Bautismo, llamados a la misma esperanza (cf. Ef 4,4-5).
Gracias por vuestra presencia. Gracias a la comunidad de Taizé por esta iniciativa. Saludo con gran afecto a los jefes de las Iglesias, a los responsables y a las delegaciones de las diferentes tradiciones cristianas y saludo a todos ustedes, especialmente a los jóvenes: ¡gracias! Gracias por haber venido a rezar por nosotros y con nosotros a Roma, antes de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos y en vísperas del retiro espiritual que la precede.
“Syn-odos”: caminemos juntos, no sólo los católicos, sino todos los cristianos, todo el Pueblo de los bautizados, todo el Pueblo de Dios, porque «sólo el conjunto puede ser la unidad de todos» (cf. J.A. Möhler, Symbolik oder Darstellung der dogmatischen Gegensätze der Katholiken und Protestanten nach ihren öffentlichen Bekenntnisschriften, II, Köln-Olten 1961, 698).
Como la gran muchedumbre del Apocalipsis, hemos rezado en silencio, escuchando un “gran silencio” (cf. Ap 8,1). Y el silencio es importante, es poderoso: puede expresar un dolor indecible ante la desgracia, pero también, en los momentos de alegría, un gozo que trasciende las palabras. Por eso quisiera reflexionar brevemente con ustedes sobre su importancia en la vida del creyente, en la vida de la Iglesia y en el camino de la unidad de los cristianos. La importancia del silencio.
[1º El silencio es esencial para la vida del creyente]
En primer lugar, el silencio es esencial en la vida del creyente. En efecto, está al principio y al final de la existencia terrena de Cristo. El Verbo, la Palabra del Padre, se hizo “silencio” en el pesebre y en la cruz, en la noche de la Natividad y en la de Pascua. Esta tarde nosotros cristianos hemos permanecido en silencio ante el Crucifijo de San Damián, como discípulos a la escucha ante la cruz, que es la cátedra del Maestro. Nuestro silencio no ha sido vacío, sino un momento lleno de espera y de disponibilidad. En un mundo lleno de ruido ya no estamos acostumbrados al silencio, es más, a veces nos cuesta soportarlo, porque nos pone delante de Dios y de nosotros mismos. Y, sin embargo, esto constituye la base de la palabra y de la vida. San Pablo dice que el misterio del Verbo encarnado estaba «guardado en secreto desde la eternidad» (Rm 16,25), enseñándonos que el silencio custodia el misterio, como Abraham custodió la Alianza, como María custodió en su seno y meditó en su corazón la vida de su Hijo (cf. Lc 1,31; 2,19.51). Por otra parte, la verdad no necesita gritos violentos para llegar al corazón de los hombres. A Dios no le gustan las proclamas y los alborotos, las habladurías y la confusión; Dios prefiere más bien, como hizo con Elías, hablar en el «el rumor de una brisa suave» (1 Re 19,12), en un “hilo sonoro de silencio”. Y así también nosotros, como Abraham, como Elías, como María necesitamos liberarnos de tantos ruidos para escuchar su voz. Porque sólo en nuestro silencio resuena su Palabra.
[2º El silencio es esencial en la vida de la Iglesia]
En segundo lugar, el silencio es esencial en la vida de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que, tras el discurso de Pedro en el Concilio de Jerusalén, «toda la asamblea hizo silencio» (Hch 15,12), preparándose para recibir el testimonio de Pablo y Bernabé acerca de los signos y prodigios que Dios había realizado entre las naciones. Y esto nos recuerda que el silencio, en la comunidad eclesial, hace posible una comunicación fraterna, en la que el Espíritu Santo armoniza los puntos de vista porque Él es la armonía. Ser sinodales quiere decir acogernos así, unos a otros, con la convicción de que todos tenemos algo que testimoniar y aprender, poniéndonos juntos a la escucha del «Espíritu de la verdad» (Jn 14,17) para conocer lo que Él «dice a las Iglesias» (Ap 2,7). Y el silencio permite precisamente el discernimiento, mediante la escucha atenta de los «gemidos inefables» (Rm 8,26) del Espíritu que resuenan, a menudo ocultos, en el Pueblo de Dios. Pidamos, pues, al Espíritu el don de la escucha para los participantes en el Sínodo: «escuchar a Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escuchar al pueblo, hasta respirar la voluntad a la que Dios nos llama» (Discurso con ocasión de la Vigilia de oración en preparación del Sínodo sobre la familia, 4 octubre 2014).
[3º El silencio es esencial en el camino de unidad de los cristianos]
Y finalmente, en tercer lugar: el silencio es esencial en el camino de unidad de los cristianos; de hecho, este es fundamental para la oración, de la que parte el ecumenismo y sin la cual es estéril. Jesús, en efecto, rezó pidiendo «que todos [sus discípulos] sean uno» (Jn 17,21). El silencio hecho oración nos permite acoger el don de la unidad “como Cristo la quiere”, “con los medios que Él quiere” (cf. P. Couturier, Preghiera per l’unitá), no como fruto autónomo de nuestros propios esfuerzos y según criterios puramente humanos. Cuanto más nos dirigimos juntos al Señor en la oración, más experimentamos que es Él quien nos purifica y nos une más allá de las diferencias. La unidad de los cristianos crece en el silencio ante la cruz, como las semillas que recibiremos y que representan los diversos dones concedidos por el Espíritu Santo a las distintas tradiciones. A nosotros nos corresponde sembrarlas, con la certeza de que sólo Dios hace crecer (cf. 1 Co 3,6). Serán un signo para nosotros, llamados también a morir silenciosamente al egoísmo para crecer, por la acción del Espíritu Santo, en la comunión con Dios y en la fraternidad entre nosotros.
Por eso, hermanos y hermanas, pidamos en la oración común, aprender a hacer silencio nuevamente, para escuchar la voz del Padre, la llamada de Jesús y el gemido del Espíritu. Pidamos que el Sínodo sea kairós de fraternidad, lugar donde el Espíritu Santo purifique a la Iglesia de las murmuraciones, las ideologías y las polarizaciones. Mientras nos acercamos al importante aniversario del gran Concilio de Nicea, pidamos que sepamos adorar unidos y en silencio, como los Magos, el misterio de Dios hecho hombre, seguros de que cuanto más cerca estemos de Cristo, más unidos estaremos entre nosotros. Y como los Magos de Oriente fueron guiados a Belén por una estrella, que así la luz celestial nos guíe a nuestro único Señor y a la unidad por la que Él rogó. Hermanos y hermanas, pongámonos en camino juntos, deseosos de encontrarlo, adorarlo y anunciarlo «para que el mundo crea» (Jn 17,21).”
DISCURS DEL PAPA EN LA SESSIÓ D’OBERTURA DEL SÍNODE SOBRE LA SINODALITAT
La tarda del dimecres 4 d’octubre a l’Aula Pau VI del Vaticà.
“Os saludo a todos vosotros, con quienes iniciamos este camino sinodal.
Me gusta recordar que fue san Pablo VI quien dijo que la Iglesia en Occidente había perdido la idea de la sinodalidad, y por eso había creado la Secretaría para el Sínodo de los Obispos, que ha celebrado tantas reuniones, tantos Sínodos sobre distintos temas.
Pero la expresión de la sinodalidad aún no está madura. Recuerdo que yo era secretario en uno de estos Sínodos, y el cardenal secretario -un buen misionero belga, bueno-, cuando me preparaba para la votación, venía y miraba: «¿Qué estás haciendo?». – «El que se vota mañana» – «¿Qué es? No, eso no se vota» – «Pero mira, es sinodal» – «No, no, eso no se vota». Porque todavía no habíamos adquirido la costumbre de que cada uno debe expresarse libremente. Y así, lentamente, a lo largo de estos casi 60 años, el camino ha ido en esta dirección, y hoy podemos llegar a este Sínodo sobre la sinodalidad.
No es fácil, pero es hermoso, muy hermoso. Un Sínodo que todos los obispos del mundo querían. En la encuesta que se hizo después del Sínodo amazónico, entre todos los obispos del mundo, el segundo lugar de preferencia era éste: la sinodalidad. En primer lugar estaban los sacerdotes, en tercero creo que una cuestión social. Pero [esto estaba] en segundo lugar. Todos los obispos del mundo vieron la necesidad de reflexionar sobre la sinodalidad. ¿Por qué? Porque todos entendieron que la fruta estaba madura para algo así.
Y con ese espíritu empezamos a trabajar hoy. Y me gusta decir que el Sínodo no es un parlamento, es otra cosa; que el Sínodo no es una reunión de amigos para resolver algunas cosas del momento o dar opiniones, es otra cosa. No olvidemos, hermanos, que el protagonista del Sínodo no somos nosotros: es el Espíritu Santo. Y si en medio de nosotros está el Espíritu para guiarnos, será un buen Sínodo. Si en medio de nosotros hay otros caminos para ir por intereses humanos, personales, ideológicos, no será un Sínodo, será una reunión más parlamentaria, que es otra cosa. El Sínodo es un camino que hace el Espíritu Santo. Os hemos entregado unas hojas con textos patrísticos que nos ayudarán en la apertura del Sínodo. Son de San Basilio, que escribió ese hermoso tratado sobre el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque necesitamos comprender esta realidad, que no es fácil.
Cuando, en el 50 aniversario de la creación del Sínodo, los teólogos me prepararon una carta, que firmé, fue un buen paso adelante. Pero ahora tenemos que encontrar la explicación en ese camino. Los protagonistas del Sínodo no somos nosotros, es el Espíritu Santo, y si damos paso al Espíritu Santo, el Sínodo irá bien. Estas fichas sobre San Basilio os han sido entregadas en diferentes idiomas: inglés, francés, portugués y español, para que lo tengáis en vuestras manos. No menciono estos textos, sobre los que luego os pido que reflexionéis y meditéis.
El Espíritu Santo es el protagonista de la vida de la Iglesia: el plan de salvación de la humanidad se realiza por la gracia del Espíritu. Es Él el protagonista. Si no comprendemos esto, seremos como aquellos de los que hablan los Hechos de los Apóstoles: «¿Habéis recibido el Espíritu Santo?». – «¿Qué es el Espíritu Santo? Ni siquiera hemos oído hablar de él» (cf. 19,1-2). Debemos comprender que Él es el protagonista de la vida de la Iglesia, Aquel que la lleva adelante.
El Espíritu Santo desencadena un profundo y variado dinamismo en la comunidad eclesial: el «bullicio» de Pentecostés. Es curioso lo que sucede en Pentecostés: todo estaba bien dispuesto, todo estaba claro… Esa mañana hay bullicio, se hablan todas las lenguas, todo el mundo se entiende… Pero es una variedad que no se acaba de entender lo que significa… Y después, la gran obra del Espíritu Santo: no la unidad, no, la armonía. Él nos une en la armonía, la armonía de todas las diferencias. Si no hay armonía, no hay Espíritu: es Él quien lo hace.
Luego, el tercer texto que puede ayudar: el Espíritu Santo es el compositor armónico de la historia de la salvación. Armonía -tengamos cuidado- no significa «síntesis», sino «vínculo de comunión entre partes disímiles». Si en este Sínodo acabamos con una declaración que es todo lo mismo, todo igual, sin matices, el Espíritu no está, queda fuera. Él hace esa armonía que no es síntesis, es vínculo de comunión entre partes disímiles.
La Iglesia, una única armonía de voces, en muchas voces, realizada por el Espíritu Santo: así es como debemos concebir la Iglesia. Cada comunidad cristiana, cada persona tiene su particularidad, pero estas particularidades deben incluirse en la sinfonía de la Iglesia, y la sinfonía adecuada la hace el Espíritu: nosotros no podemos hacerla. No somos un parlamento, no somos las Naciones Unidas, no, es otra cosa.
El Espíritu Santo es el origen de la concordia entre las Iglesias. Es interesante lo que dice Basilio a sus hermanos obispos: «Así como estimamos vuestra mutua concordia y unidad como un bien nuestro, así también os invitamos a compartir nuestros sufrimientos causados por las divisiones y a no separarnos de vosotros porque estemos lejos por el lugar y la ubicación, sino, porque estamos unidos en comunión según el Espíritu, a acogernos en la armonía de un solo cuerpo.
El Espíritu Santo nos lleva de la mano y nos consuela. La presencia del Espíritu es tan -permítaseme la palabra- casi maternal, como una madre nos conduce, nos da este consuelo. Él es el Consolador, uno de los nombres del Espíritu. La acción consoladora del Espíritu Santo es retratada por el posadero al que se confía el hombre que se ha topado con ladrones (cf. Lc 10,34-35): Basilio interpreta esa parábola del Buen Samaritano y en el posadero ve al Espíritu Santo que permite que la buena voluntad de un hombre y el pecado de otro vayan de manera armoniosa.
Además, el que custodia la Iglesia es el Espíritu Santo. Entonces, el Espíritu Santo tiene un ejercicio paraclético multifacético. Debemos aprender a escuchar las voces del Espíritu: todas son diferentes. Aprender a discernir.
Y luego, el Espíritu es el que hace la Iglesia. Hay un vínculo muy importante entre la Palabra y el Espíritu. Podemos pensar en esto: la Palabra y el Espíritu. La Escritura, la Liturgia, la tradición antigua nos hablan de la «tristeza» del Espíritu Santo, y una de las cosas que más entristecen al Espíritu Santo son las palabras vacías. Palabras vacías, palabras mundanas, y -bajando un poco a cierto hábito humano pero no bueno- la cháchara. La charlatanería es el anti-Espíritu Santo, va en contra. Es una enfermedad muy común entre nosotros. Y las palabras vacías entristecen al Espíritu Santo. «No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que fuisteis marcados» (cf. Ef 4,30). Qué gran mal es entristecer al Espíritu Santo de Dios, ¿hace falta decirlo? La murmuración, la murmuración: esto entristece al Espíritu Santo. Es la enfermedad más común en la Iglesia, la murmuración. Y si no dejamos que Él nos cure de esta enfermedad, difícilmente será un buen camino sinodal. Al menos aquí dentro: si no estás de acuerdo con lo que dice ese obispo o esa monja o ese laico de ahí, díselo a la cara. Para eso es un sínodo. Para decir la verdad, no la cháchara por debajo de la mesa.
El Espíritu Santo nos confirma en la fe. Él es quien lo hace siempre….
Estos textos de Basilio, leedlos, están en vuestra lengua, porque creo que nos ayudarán a hacer sitio en nuestros corazones al Espíritu. Repito: esto no es un parlamento, esto no es una reunión para el cuidado pastoral de la Iglesia. Esto es un syn-odos, caminar juntos es el programa. Hemos hecho muchas cosas, como ha dicho Su Eminencia: consultas, todo esto, con el pueblo de Dios. Pero quien lleva esto en la mano, quien guía es el Espíritu Santo. Si Él no está, esto no dará buen resultado.
Insisto en esto: por favor, no contristéis al Espíritu. Y en nuestra teología haced sitio al Espíritu Santo. Y también en este Sínodo, discernir las voces del Espíritu de las que no son del Espíritu, que son mundanas. En mi opinión, la enfermedad más fea que vemos hoy en la Iglesia -siempre, pero también hoy- es la que va contra el Espíritu, es decir, la mundanidad espiritual. Un espíritu, pero no santo: de mundanidad. Cuidado con esto: no sustituyamos al Espíritu Santo con cosas mundanas -incluso buenas-, como el sentido común: esto ayuda, pero el Espíritu va más allá. Debemos aprender a vivir en nuestra Iglesia con el Espíritu Santo. Por favor, reflexionad sobre estos textos de San Basilio, nos ayudarán mucho.
Entonces, quiero decir que en este Sínodo -también para dar espacio al Espíritu Santo- está la prioridad de la escucha, está esta prioridad. Y tenemos que dar un mensaje a los operadores de prensa, a los periodistas, que hacen un trabajo muy hermoso, muy bueno. Tenemos que dar precisamente una comunicación que sea reflejo de esta vida en el Espíritu Santo. Hace falta una ascesis -perdón por hablar así a los periodistas-, un cierto ayuno de la palabra pública para custodiar esto. Y lo que se publique, que sea en este clima. Algunos dirán -lo están diciendo- que los obispos tienen miedo y por eso no quieren que los periodistas digan. No, el trabajo de los periodistas es muy importante. Pero debemos ayudarles a decir esto, esto yendo en el Espíritu. Y más que la prioridad de hablar, está la prioridad de escuchar. Y pido a los periodistas que, por favor, hagan comprender esto a la gente, que sepan que la prioridad es escuchar.
Cuando hubo el Sínodo sobre la familia, hubo una opinión pública, hecha por nuestra mundanidad, de que era para dar la comunión a los divorciados: y así entramos en el Sínodo. Cuando hubo el Sínodo para las Amazonas, hubo opinión pública, presión, de que era para dar viri probati: entramos con esta presión. Ahora hay algunas especulaciones sobre este Sínodo: «¿qué van a hacer?», «tal vez el sacerdocio a las mujeres»…, no sé, estas cosas que dicen fuera. Y dicen tantas veces que los obispos tienen miedo de comunicar lo que está pasando. Por eso os pido, comunicadores, que hagáis bien vuestra función, bien, para que la Iglesia y la gente de buena voluntad -los otros dirán lo que quieran- entiendan que también en la Iglesia existe la prioridad de escuchar. Transmitir esto es muy importante.
Gracias por ayudarnos a todos en esta «pausa» de la Iglesia. La Iglesia ha hecho una pausa, como la hicieron los Apóstoles después del Viernes Santo, aquel Sábado Santo, cerrado, pero aquellos por miedo, no lo hicimos. Pero está en pausa. Es una pausa de toda la Iglesia, escuchando. Este es el mensaje más importante. Gracias por vuestro trabajo, gracias por lo que hacéis. Y les recomiendo, si pueden, lean estas cosas de San Basilio, ayudan mucho. Gracias.”