Unitat Pastoral El Carme - Sant Joan

28 octubre 2017
Categoria/es: General

EL MARTIRIO DE DON SALVIO HUIX, OBISPO DE LLEIDA

 Introducción

Se ha hablado ya de tres obispos españoles mártires. Toca ahora hablar del Obispo de Lleida, también mártir, Salvio Huix Miralpeix, beatificado en Tarragona, el 13 de octubre de 2013.

Prescindo de la descripción del ambiente que reinaba en España y, más en concreto, en Cataluña y Lleida en aquellos primeros días de la revolución. Sólo un dato. En pocos meses fueron sacrificados 270 sacerdotes en la diócesis de Lleida, proporcionalmente una de las más castigadas de España, después de la de Barbastro, hoy Barbastro-Monzón.

A diferencia del martirio de otros obispos, como es el caso del Obispo de Barbastro, Don Florentino, ya descrito en una charla anterior, del que hay datos numerosos y precisos, el caso del Obispo de Lleida es distinto. Para describir su martirio, bastaría media página.

Por esta razón, he preferido dar importancia –sin excluir el relato concreto del martirio- a la vida del Obispo Salvio Huix Miralpeix; su vida realmente fue una preparación para el martirio.

Tengo que añadir también que, para la preparación de esta charla, me he servido especialmente de diversas intervenciones que tuvieron lugar en la presentación del libro de Narcís Tibau – Apuntes biográficos del Obispo de Lleida Salvio Huix Miralpeix-, que se reeditó con ocasión de la beatificación de Tarragona, en el año 2013, en la que fue beatificado nuestro Obispo Huix. Me refiero a las intervenciones de José María Mas, sacerdote de Vic, del Padre Jaume Seguranyes, Superior del Oratorio de san Felipe Neri, de Vic, y del sacerdote Francesc Xavier Torres, canónigo de Ibiza. Para todos ellos mi agradecimiento. 

I Salvio Huix Miralpeix era un sacerdote de Vic

Cuando el actual Obispo de Vic, Monseñor Romà, el día 21 de octubre de 2012, con motivo de la canonización de Santa Carme Sallés, fundadora de las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, natural de Vic, se encontró con Benedicto XVI, éste le dijo: “Ah, Vic, tierra de santos”

Podía referirse el Papa a San Antonio María Claret, a san Francesc Coll, a san Bernat Calbó, san Miguel de los Santos, Santa Joaquina de Vedruna, san Pere Almató, Josefina Vilaseca, cuyo martirio emula el de María Goretti… y otros 39 mártires ya beatificados. Y no hablamos de otros muchos pertenecientes a diversas órdenes religiosas.

Pues bien, en esta “tierra de santos”, la diócesis de Vic, nació, se formó y vivió sus primeros años de sacerdote nuestro Salvio Huix Miralpeix.

Lógicamente, como en tantos otros santos, el fundamento primero fue su familia, en la que nació el 21 de diciembre de 1887. Familia profundamente religiosa.

A nadie extrañó que el pequeño Salvio Huix pidiera su ingreso en el seminario. Los actuales sacerdotes dicen que en sus años de seminario se recordaba a nuestro beato como una de las glorias de la institución.

Se sabe que era inteligente, con las mejores notas. Que como seminarista adolescente y joven aceptó el desafío de la obediencia, adquisición de virtudes, entrenamiento para el apostolado. Un biógrafo lo compara con San Francisco de Sales, que, en ocasiones tenía que morderse la lengua.

Le ordenó de sacerdote el entonces Obispo de Vic, Josep Torres i Bages. Era el 1903, a sus 25 años. Su primer destino fue vicario de nuestra Señora del Coll y de Sant Vicenç de Castellet. 

II En el Oratorio de Vic

Salvi Huix Miralpeix era sacerdote secular del Obispado de Vic. Ingresó en el Oratorio de San Felipe Neri, de Vic, en 1907, cuatro años después de su ordenación sacerdotal.

Este ingreso en el Oratorio extrañó a sus compañeros. Pero él conocía bien el Oratorio, su forma de vida y su vocación. Sabía también que el que hoy es el Beato Henri Newman, gran intelectual inglés, cuya vida abarca casi todo el siglo XIX, cuando hizo el paso del anglicanismo al catolicismo, escogió el Oratorio de San Felipe Neri como plataforma para su proyección apostólica dentro de la Iglesia Católica.

Ingresado, pues, el Padre Huix en el Oratorio de Vic, se abocó a orientar, dirigir, absolver, siempre desde la suavidad y la caridad, como lo hizo siempre san Felipe Neri. Y pronto se extendió la fama del Padre Huix como director de almas. Era siempre larga la fila de penitentes ante su confesionario.

Nadie se sentía abrumado por la dirección espiritual o confesión, al contrario, todo el mundo se sentía liberado y feliz de avanzar por los caminos de Dios. En todo esto el Padre Huix era un "maestro", a semejanza de san Felipe Neri.

Siempre estuvo pronto a obedecer a Cristo. Por eso su lema episcopal será "Ya que tú lo dices, echaré las redes". Toda su vida fue un acto constante de fidelidad a Cristo. Y esto hasta el último momento de la vida, coronada con la gloria del martirio.”  

III Obispo de Ibiza

Toda la trayectoria espiritual y pastoral del Padre Huix, vivida al mismo tiempo con una profunda humildad, tanto en la diócesis como en el Oratorio de Vic, no podía quedar mucho tiempo oculta. Humanamente hablando, un detonante que hizo que el entonces Nuncio Apostólico en España, Cardenal Tedeschini, se fijara en él para proponerlo para el episcopado fueron las fiestas de la coronación de la Virgen de la Gleva como Patrona de “la plana de Vic”.

Salvio Huix fue el alma y organizador de las fiestas, que tuvieron un éxito apoteósico. Pero de tal manera que su nombre no aparecía en ningún cartel ni propaganda. De todas maneras, entre tantas cosas como vio y de las que se enteró el Nuncio, le quedó fijado en el corazón el nombre de aquel sacerdote ejemplar, Salvio Huix, de quien tuvo interés en conocer toda su trayectoria.

La diócesis de Ibiza había sido creada en 1782, pero desapareció por el concordato de 1851, al igual que Solsona, Barbastro, Ciudad Rodrigo y otras. Ibiza fue entonces incorporada a la diócesis de Mallorca. Pero un innato amor a las cosas propias, un ardiente deseo de verse gobernados por un Obispo propio, hizo que en el ínterin los ibicencos se rigieran por un Vicario Capitular elegido por su Cabildo, sin intervención alguna de los Obispos de Mallorca; conservaron su Cabildo Catedral, su propio seminario; y sus Vicarios capitulares ejercieron el gobierno de la diócesis con plenitud de derechos.

Pero volver a tener Obispo no era nada fácil, ni económica ni legalmente. Ibiza salió a flote gracias a las virtudes profundamente cristianas de sus diocesanos, al natural honrado, sabio y prudente de sus cabezas de familia y, sobre todo, a la ejemplar conducta de sus sacerdotes. Cuando finalmente fue conocido el nombre del P. Huix como Obispo, las campanas y los corazones sonaron a gloria.

A él la noticia le sorprendió. Ni había trabajado para ser Obispo, ni pensó jamás que otros se fijaran en él para tal cargo; pero tampoco opuso obstinada resistencia cuando, según confiesa su amigo íntimo, el P. Perarnau, Monseñor Tedeschini le intimó el mandato del Papa; él asintió, ni contento ni descontento: resignado, como siempre que se le había confiado algún cargo de honor y responsabilidad.

Su nombramiento produjo en Vic y en su comarca tal explosión de entusiasmo colectivo, como no sabemos de ninguna otra elección de Obispo.

Huix recibió la ordenación episcopal en la catedral de Vic el 15 de abril de 1928, y el 25 de dicho mes tomó posesión de su nueva sede mediante procurador, el hasta entonces vicario capitular, Mn. Vicent Serra i Orsay

El 16 de mayo de aquel año llegó al puerto de Ibiza desde Barcelona a bordo del barco Mahón. El recibimiento fue multitudinario, fastuoso y solemnísimo, hasta el punto de dejarlo vivamente impresionado.

Y… rápidamente al trabajo. En julio de 1928 comenzó por la isla de Formentera la primera visita pastoral a todas las parroquias. El 16 de febrero de 1929 ya estaba en disposición de convocar un sínodo diocesano (el primero y único de la historia pitiusa) para el próximo 16 de abril. Las conclusiones se fueron publicando y aplicando después. Supusieron una renovación muy efectiva de la Iglesia pitiusa.

Fruto merecedor de una mención especial fue el Catecismo de la Doctrina Cristiana, impreso el año siguiente en castellano y en el catalán de Ibiza. Durante 1929 puso en marcha un nuevo plan parroquial. Creó entonces tres parroquias, la de San Ciriaco Mártir (a la que mudó de titular en 1933, año jubilar de la redención, transformándola en la de Santa Cruz), la de San Vicente Ferrer, y la de la Virgen del Carmen.

Hay que destacar también durante su pontificado la organización de los ejercicios espirituales. Singular importancia adquirieron las misiones populares. Favoreció la enseñanza con un nuevo edificio para el Colegio de Nuestra Señora de la Consolación, para niñas, y el establecimiento de los colegios de Cristo Rey y el de San Vicente de Paúl para niños pobres en un barrio marinero. Fomentó el estudio de la música con la creación de la Schola Cantorum del seminario en 1931.

Queremos hacer mención de dos cartas pastorales explicando con cariño y minuciosidad la Santa Misa, convencido que ésta era su misión principal y el mejor don que podía aportar a la Iglesia ibicenca. 

IV Obispo de Lleida.

El 28 de enero de 1935 fue preconizado obispo de Lleida. El mes de abril de dicho año se despidió, dejando entre los hasta entonces sus diocesanos un gran recuerdo de veneración y agradecimiento.

Mons. Salvio Huix Miralpeix, vino a ejercer su ministerio episcopal en Lleida. Su toma de posesión como Obispo de Lleida fue el 25 de abril de 1935. Lo hizo por procurador. Pero su entrada en Lleida fue el 5 de mayo de 1935.

Apenas un año y tres meses después, el 5 de agosto del 36, era martirizado.

La diócesis de Lleida había sido regida últimamente por el Dr. Irurita quien al pasar a Barcelona en 1930, quedó como Administrador Apostólico de Lleida, durante cerca de cinco años, hasta la venida del obispo Huix en el 35.

¿Hizo algo en poco más de un año en Lleida el Obispo Huix? No podemos extendernos. Pero “un buen pastor”, en poco tiempo, hizo una verdadera revolución:

La caridad ocupó el lugar preferido de su corazón; los pobres de Lleida recibieron de sus propias manos la limosna y hasta la comida que se repartía en las cocinas del mismo palacio. La revolución y su muerte im­pidie­ron la terminación de uno de sus mejores sueños, un comedor para pobres transeún­tes y faltos de hogar.

Inmediatamente la Acción Católica empezó a sentir en sus entrañas la presencia de su nuevo Pastor. Su organización, especial­mente, en la juventud mas­culi­na, presentaba una especial difi­cul­­­tad. ¿Cómo com­paginar la organiza­ción nacional, a la que no podía en manera alguna sen­tirse extraño, con la entonces tan pujante de Los jóvenes cristianos de Cataluña? Esa dificultad, sentida con cierta intensidad por todos los prela­dos catalanes, era una ver­da­dera espina clavada en el corazón del Obispo de Lleida. Se vencieron, sin embargo, todas las difi­cul­tades, y una y otra organi­za­ción fueron tomando tal incremento, que dieron co­mo resultado final su unión glorio­sa en el martirio. Ni el enemigo las distinguió, ni ellos arria­ron bande­ras diferentes.

También organizó unas Jornadas Eucarísticas de oración, penitencia y propaganda, con una trascendental exposición de ob­jetos y ropas para el culto, organizado por las ramas femeninas de A.C.

Otra obsesión suya, la enseñanza religiosa de los niños, tan puesta de manifiesto en Ibiza, continuaba igual.

Mención especial merecen las obras que bajo su dirección se hacían en el Seminario Conciliar, adaptando una parte del edi­ficio para Asilo de ancianos sacerdotes. Conmovía ver la delicadeza de su corazón de padre atendiendo a los menores detalles para que la estancia les fuera lo más cómoda, alegre y sana posible; recomendaba encarecidamente a los maestros de obras la ausencia total de peldaños para que, cualquiera que fuese el estado físico de los ancianos, pudieran trasladarse a la capilla, comedor, sala de lectura y al jardín sin peligro ni dificultad.

Emprendió inmediatamente la ardua tarea de la visita pas­toral empezando por las altas montañas del Pirineo, compren­diendo que eran precisamente las parroquias más alejadas de la capital las que debían recibir primero la visita del Obispo.

Le amaban los sacerdotes, pues se habían visto amados intensamente por él.

Un sacerdote, entonces coadjutor joven, que a la llegada del P. Huix se destacaba entre los apóstoles de la juventud, fue de los primeros en visitarle para pedirle permiso para ingresar en la Compañía de Jesús. Cuando esperaba que el Obispo, aun concediéndole el per­miso solicitado, le suplicaría lo dejara para más adelante, con verdadera sorpresa y con no menor satis­facción interior oyó estas palabras: «no solamente le doy el permiso que me pide, sino que le confieso que me da Vd. una verdadera alegría, pues me demues­tra que el clero de la diócesis siente grandes deseos de santidad y perfección». 

V Martirio

Si todo lo dicho anteriormente lo he aprendido en los libros, lo que voy a narrar ahora brevemente, es algo que afecta a mi propia vida.

Cuando los de mi generación entramos en el seminario, en el año 47, habían pasado sólo 11 años de su martirio. Os puedo decir que toda la vida de seminario la vivimos bajo el recuerdo constante e impresionante de los 270 sacerdotes de Lleida que fueron sacrificados junto con el obispo, en un espacio de tres meses. La cifra se nos quedó bien grabada. Cifra y ejemplo nos acompañó, como una brújula, durante toda la carrera.

La vida del Obispo Huix la leímos a partir del año 1948. Éramos demasiado pequeños para captar su personalidad. Eso sí, nos impresionó su martirio:

El hecho de salir de su refugio para no comprometer la familia que la había acogido, y para compartir la suerte -nunca tan bien dicha la palabra- de sus sacerdotes, que, uno tras otro, iban muriendo asesinados en la calle, en casa, incluso en la cama, estando enfermos.

El Obispo se presentó a la guardia civil. De poco lo matan allí mismo. Fue encarcelado. En la prisión de Lleida lo recibieron los encarcelados, sacerdotes y seglares con dolor, pero también con el consuelo de tener cerca de ellos a su padre y pastor.

Quince días intensos de oración, de humildad, sin aceptar ser sustituido en los servicios más bajos; días de catacumbas, de ejercicios espirituales para prepararse para la hora suprema de dar la vida y perdonar a los verdugos.

Hasta que el 5 de agosto, con 20 compañeros de prisión, llegaron al cementerio de Lleida. Uno tras otro eran ejecutados. El Obispo pidió ser el último para poder bendecir y absolver a todos. Un miliciano dispara contra su mano derecha. No pasa nada; el obispo levantará la izquierda para continuar bendiciendo, hasta que cae él mismo. Tenía 58 años. Es curioso –mejor, providencial- el día 5 de agosto, día de Santa María la Mayor, la Virgen de las Nieves, patrona de las islas Pitiusas.

Todo ello, la vida y la muerte del obispo Huix, era necesario que no se perdiera. Un libro de Narcís Tibau lo relató. Ha sido reeditado para la Beatificación de Tarragoa, en el 2013. Cada uno de vosotros podrá recoger después un ejemplar de dicho libro, junto con una estampa –reliquia- del Beato. 

Pero lo que sobre todo no se puede, ni queremos perder, es el ejemplo de entrega, de generosidad, de humildad, de espíritu de servicio, en todos los lugares donde vivió y el supremo acto de ofrecimiento en su martirio. Fue Sacerdote y Víctima. Ojalá que su ejemplo contagie, a fieles, sacerdotes del Obispado y de toda la Iglesia.

 

Joan Ramón Ezquerra

V JORNADAS MARTIRIALES “Los obispos españoles mártires (1936-1939)”, en el XXV Aniversario de la beatificación de los claretianos de Barbastro. Barbastro, 27, 28 y 29 de octubre de 2017.

 

 

MÉS INFORMACIÓ SOBRE ELS MÀRTIRS

Compartir
Facebook
WhatsApp
Twitter
LinkedIn