(En el 6º aniversario de la partida del Posadero de Jericó con el Sr. Samaritano)
Rostro entre frágil e inteligente, solitario y cordial, humilde y atrevido, libre y rompedor, así era el Padre Juan. Una figura profética para nuestro tiempo. El Evangelio que proclamó era la acogida y la ternura.
Dócil a la llamada del Señor e inflamado de su Espíritu –como los profetas de otros tiempos- fue signo de generosidad y disponibilidad para mostrarnos con su vida el verdadero rostro de Dios.
El Padre Juan pertenecía a ese pequeño grupo de “hombres abrasados”, cuyos labios purificados hablan con fuego y sus palabras surgidas de un corazón de misericordia alivian a los marginados de este mundo.
Mosén Joan fue un profeta de la dignidad humana en un tiempo de indiferencia y exclusión. Hizo de Jesús y de sus hermanos más pobres la pasión de su vida. Fue testigo creíble de la cercanía con todos: emigrantes, refugiados, personas vulnerables de toda condición y procedencia.
Su misión profética. Aliviar el sufrimiento. Frente a la actitud mundana de pasar de largo, inhibirse, protegerse, retener, acumular; el proponía un gesto misericordioso: detenerse, compadecerse, implicarse. Era tal su humildad que se reconocía en el dolor ajeno.
Que instrumentos utilizaba. Alargar la mano, dar su tiempo, dar la bienvenida, una caricia, un abrazo, llamar por su nombre a la persona, mirándola fijamente a los ojos. Eran pequeños gestos que hacían felices a las personas, generaban confianza. Esa era su irresistible atracción.
El Padre Juan sabía que no eran sus frágiles fuerzas sino el fuego de amor que le quemaba el que había de poner al servicio de los demás para reflejar el rostro de aquel galileo de Nazaret que se retrató en la parábola del buen samaritano. Con su sola presencia atractiva y bondadosa mostraba el sello de los santos. El secreto de su humilde esfuerzo: la Eucaristía que le empuja a la misión. El sabía cómo llenarse del Espíritu, escuchando, meditando y respirando la Palabra que le acercaba a tocar las heridas con las manos de la ternura.
En los pobres, emigrantes y necesitados veía a los preferidos de Dios y a ellos entregaba su energía y su tiempo y ponía en ellos todo su amor y atención a través del Albergue Jericó y la Acogida parroquial. En todos los que se le acercaban veía un hijo de Dios necesitado de pan, trabajo, techo, escucha, consejo o perdón.
A los voluntarios y feligreses nos recordaba que como exigencia de nuestro bautismo –que nos hace profetas de compasión-, debíamos ponernos al servicio de los más desfavorecidos y nos invitaba a seguir el estilo de Dios que es la ternura y nos inculcaba “compartid la vida con la gente, venga de donde venga; cada persona es digna de nuestra entrega”.
La misión iniciada por el Padre Juan sigue abierta y necesitada de colaboradores. En este 6º Aniversario de su partida pidamos su intercesión ante Jesús, el Buen samaritano, para que nos invada la pasión por los necesitados.
El Padre Juan fue un profeta de corazón migrante que bien pudo predecir: “Algún día seré recuerdo”.
Antonio Miñano