Unitat Pastoral El Carme - Sant Joan

9 febrer 2020
Categoria/es: General

EN EL 2º ANIVERSARIO DEL POSADERO DE JERICÓ QUE SE FUE SEDUCIDO POR EL BUEN SAMARITANO

 

Cuando muere alguien a quien hemos querido mucho, si nos unen con él los lazos del espíritu, nos es ofrecido su don. Somos mejores personas cuando la energía que animaba su vida queda y se prolonga en la nuestra. Lo mejor de él nos es entregado en su ausencia.

De este modo ha penetrado el Padre Juan en nosotros. Algunos rasgos de su existencia han quedado grabados a fuego en el recuerdo.

Su vida estuvo rebosante de gestos sencillos y humildes de misericordia que llenaban de sentido y esperanza su actuar. La fe impregnó los pequeños detalles y se confió a corazón abierto en las manos del Señor.

A pesar de su gran limitación por la enfermedad que padeció en los últimos tiempos, siempre quiso servir a las personas confiadas en su parroquia y al proyecto evangelizador de Jericó.

“Hay tanta gente herida, decía, tantas personas que necesitan ser aliviadas, tantos corazones por curar…”, que Jesús le urgía a poner sus manos sobre cada uno y curarlos. Mosén Joan tenía la gracia de devolver su dignidad a cada persona y ayudarla a conectar con las fuerzas de su corazón, porque sabía que la bondad de Dios habitaba en ella.

Corazón inquieto, siempre en camino al encuentro del Jesús cercano en el migrante y el desvalido que encuentra en él al buen pastor.

“Nunca me he sentido tan acogido como cuando él me hablaba” dirá un hispano. “Cuando nadie movía un dedo por mí, él me salvó“, dirá un excluido.

A los voluntarios nos animaba con tono suave pero enérgico a vivir con una entrega decidida, lejos de la mediocridad y la autocomplacencia.

No frivolizó su popularidad. La aprovechó para comunicar los valores esenciales de la vida: la solidaridad, la familia, la fe, la gratitud hacia los demás. Sabía agradecer el más mínimo favor que se le hiciera.

Recojamos el testigo que nos dejó el Buen Posadero de Jericó y actuemos en coherencia:

    El Padre Juan tenía en sus manos el tacto que cura, salía de él una fuerza que daba mucha paz.

   Mosén Joan tenía en sus labios la palabra que sosiega, el consejo que consuela.

   El Buen Posadero tenía en sus acciones una humanidad asombrosa, una ejemplaridad contagiosa.

A él que goza ya de la presencia de Jesús –el Señor samaritano- pidámosle que haga de nuestra vida un reflejo apasionante y conmovedor de la suya.

Antonio Miñano

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