Unitat Pastoral El Carme - Sant Joan

8 setembre 2014
Categoria/es: General

CRISTIANOS

Permitimos su extinción porque también nosotros consideramos execrable nuestra herencia religiosa

No deseo comparar la devastación y los muertos causados por los bombardeos israelíes de Gaza con la persecución, las matanzas y el éxodo de los cristianos de Mosul y el norte de Iraq, a cargo de las milicias islamistas. El sufrimiento humano es tan intenso en las llanuras de Nínive como las playas de Gaza. Todas las víctimas sufren igual. En todas partes duele igual la sangre que mana por la fuerza de las armas. Las víctimas no deberían de ser más o menos importantes según el afecto o la piedad que nos provocan. Pero es evidente: llevamos unas víctimas en el corazón mientras otras nos resbalan por la espalda.

Contemplar cadáveres de niños palestinos en brazos de un padre gimiente ha conmovido a los bienintencionados del planeta. En cambio, una sonora indiferencia preside el éxodo de los cristianos orientales. 50 años atrás, en buena parte del oriente bíblico (Palestina incluida), los cristianos eran más del 25% de la población. Ahora son residuales. Las bombas israelíes han sido descritas como la obra de un monstruo sin entrañas obsesionado en triturar a los indefensos de Gaza. Pero nadie se emociona con las víctimas de la expeditiva limpieza religiosa que están imponiendo entre Iraq y Siria las milicias islámicas.

Una razón puede explicar tal indiferencia: los fotoperiodistas no se atreven a acercarse demasiado a los dominios islamistas. Por consiguiente, no nos llegan imágenes de la destrucción de las iglesias; no vemos a las familias en el momento de elegir entre la muerte o la conversión al islam; no se han visto imágenes de las decapitaciones. Occidente vive, desde hace décadas, en la era de la imagen: el impacto de las imágenes determina nuestras emociones. Cada día cenamos con los desastres de Gaza, pero no hemos visto a los islamistas imponerse en los términos que ellos mismos describen: “Entre vosotros, cristianos, y nosotros, musulmanes, solo hay la espada”.

En teoría, la limpieza étnica es lo que más repugna a la Europa que emergió de la II Guerra Mundial. Pero Europa calla ante la limpieza de cristianos de Oriente. No actúa (que se las compongan los americanos); y observa con indolencia. Mientras un clamor crítico (que excusa a Hamas de toda responsabilidad) se proyecta sobre Israel, un silencio estridente cae sobre los cristianos de Oriente.

Cristianos que todavía hablan la lengua de Cristo huyen desesperados por la llanura de Nínive. La inexistencia de imágenes con poder para rompernos el corazón no puede ser la única causa de nuestra indiferencia. Si permitimos tal extinción, es porque también los países de tradición cristiana consideramos execrable, prescindible o superable, nuestra herencia religiosa. Nos importa un rábano que se pierda. Miramos hacia otro lado, incluso complacidos: si nos hemos liberado de nuestra tradición religiosa, ¿por qué debe preocuparnos que los viejos cristianos de oriente sean liberados a la fuerza?

Antoni Puigverd en La Vanguardia el 11 agosto, 2014

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